KAPSZUK, ELIO, Emiliano Miliyo, Karina EL Azem, Pinta New York, octubre de 2013
Emiliano Miliyo crea una representación corpórea de una cadena de ADN valiéndose de un dólar gigante. Instalación, escultura site specific u origami apócrifo conceptual, materializa la idea utilizando el lenguaje como vehículo. No es la primera vez que en sus obras realiza un cambio de escala, agrandando o achicando objetos según su necesidad, sustrayéndolos de su utilidad y proponiendo una reflexión sobre su valor simbólico o estético según el caso. Desde lo formal, el artista parte de la bidimensionalidad, y parafraseando en acción a Lucio Fontana hiere con tajos su objeto dando lugar a la tridimensión, pero conquista la figura al doblar y plegar el plano en un ángulo de 90 grados.
Basta con entrar a las imágenes de Google para ver como el dólar fue manipulado de múltiples maneras. Miliyo no reemplaza la imagen de Washington por la de ningún personaje conocido, no redibuja el escudo de los Estados Unidos, ni interviene la imagen original. Tampoco pega 100.000 billetes de un dólar en la pared, ni lo pliega para buscar los mensajes ocultos, ni construye formas como gruyas, tanques o autos. Podríamos describir la operación que realiza Miliyo como la “disección” de uno de los símbolos iconográficos más pregnante de nuestro tiempo. Al examinarlo emerge su cadena de ADN como responsable de la transmisión hereditaria. Sería interesante preguntarse acerca de cuales serían las instrucciones genéticas de tal elocuente ADN. Pero no se trata de interpretar, ni de buscarle sentido. Justamente lo ambiguo y extraordinario de esta obra es que no se presenta como una alegoría, aunque es una prefecta representación simbólica de ideas abstractas por medio de una figura. Las diferentes lecturas y asociaciones que podrán relacionar la forma que adquiere el billete, tanto sean puramente estéticas o que incorporen la realidad de la Argentina y el resto de los países latinoamericanos en su relación/tensión con la moneda americana, seguramente se multiplicarán tanto como los ojos que se posen sobre la obra.
Lo que es insoslayable es la honestidad brutal que puede tener el arte conceptual, sin descuidar el objeto estético en su más mínimo detalle. En este caso la belleza es proporcional a la profundidad y sutileza del planteo.
Desde otra perspectiva, el ácido desoxirribonucleico (ADN) también es fundamental en la obra de Karina El Azem, tanto en su concepción como en su materialización. Los retratos realizados por la artista pertenecen a hombres condenados por crímenes que no cometieron, y que años más tarde fueron liberados gracias a una asociación neoyorquina de abogados llamada Innocence Projetc. Esta organización mediante el uso de ADN demostró que eran inocentes.
La génesis de esta obra son retratos realizados con sangre a los que se le aplicó un reactivo utilizado en criminalística llamado Luminol, que provoca luminiscencias en superficies donde hubo sangre, aunque se hayan limpiado. La reacción que produce el producto es capturada y testimoniada por una toma fotográfica.
Hoy son más de 300 las exoneraciones posteriores a la condena debido a las pruebas de ADN. El 70% de los condenados injustamente son parte de grupos minoritarios. Otra estadística interesante es que la identificación de testigos falsos jugó un papel fundamental en más del 75% de los casos anulados por esta organización. Permitiéndome un reduccionismo podría decir, y teniendo en cuenta estos números, que en muchos casos fueron condenados y salvados por su “identidad”. Fueron condenados por sus rostros, los mismos que hoy son usados por Karina para develar su historia.
Uno de los efectos del trabajo de esta organización es que ha puesto en jaque a muchos de los instrumentos de la ciencia forense a la hora de esclarecer delitos, pero a su vez la herramienta que utiliza el artista proviene de ese universo generando un péndulo testigo entre verdad y verosimilitud.
Aunque a primera vista pareciera lo contrario, esta obra es esencialmente conceptual y esta signada por la posibilidad de accionar la idea de restitución de identidad o reparación de la injusticia. Es que de alguna forma la historia de la humanidad esta atravesada por la búsqueda de los conocimientos necesarios para dar o generar vida. Tomando a la ciencia en su sentido más integral, podemos encontrar ejemplos tan aparentemente disímiles como la oveja Dolly y el Golem de Praga. Lo extraordinario del conjunto de pensamientos que rodea el procedimiento que ejecuto la artista es que también la “justicia” tendría la posibilidad de insuflar vida. Karina del Azem parte de su propia identidad para devolverle la identidad en libertad de quienes fueron condenados injustamente. Lo hace a través de su propia sangre no solamente redibujando sus caras, sino generando una obra-testimonio-testigo de lo sucedido.
Elio Kapszuk